Cuando aprendemos tipografía, entre otras cuestiones, procuramos explorar la capacidad de los signos para comunicar, más allá del sonido que representan.
Así, además de lo “verbal” de una palabra, reconocemos el componente de imagen intrínseco a la tipografía, e identificamos las características de forma y estructura que diferencian a cada familia.
Al diseñar con tipografía tomamos este componente y lo explotamos. Modificamos el supuesto equilibrio, el complemento entre palabra escrita e imagen.
La tipografía se (con)funde con su parte de imagen, y tiene la posibilidad de convertirse en ella. Como si Dr. Jekyll, de tanto transformarse, le deja demasiado lugar a Mr. Hyde. Ahí nos preguntaríamos: ¿Jekyll se transforma en Hyde o es al revés?
En la mayoría de estas piezas (¡a diferencia de nuestra cursada!) vemos cómo la imagen es protagonista y relega, en mayor o menor medida, a la parte verbal. La tipografía es intervenida más con criterios de imagen (texturas, brillos, perspectivas, etc) que con la combinación de familias y las variables de tamaño, peso, dirección y proporción.
De cualquier manera, resulta un buen ejercicio detectar en qué medida las decisiones exclusivas del uso tipográfico construyen ese sentido que pretendemos comunicar.
DG Diego Schtutman